Se acercan las diez de la noche del 23 de agosto. En Sepúlveda, la multitud se agolpa en los alrededores de la Iglesia de San Bartolomé, en cuya puerta hay una hoguera encendida. De repente, la plaza y calles adyacentes quedan en completa oscuridad. Comienza la noche mágica.
Diablillo aparece tras la fogata Imagen de la web del Ayto. de Sepúlveda |
Todas las miradas se dirigen a lo alto de la escalinata de la Iglesia. ¡Ha llegado el momento en el que San Bartolomé libera a los diablillos!
Ahí están. Tras la hoguera, van apareciendo poco a poco hasta seis diablillos vestidos de rojo que arrancan una alocada carrera escaleras abajo dirigiéndose hacia el gentío escoba en mano decididos a abrirse camino entre la multitud, propinando escobazos a quien ose interponerse en su anárquico camino.
El imprevisible deambular de los diablillos por las calles del pueblo, sus carreras y escobazos provocan el griterío y alboroto de los asistentes y hace que poco a poco te vaya invadiendo un regocijo que te durará toda la noche.
Después de casi media hora de desorden y bullicio en penumbra, Sepúlveda se ilumina de nuevo y los diablillos vuelven a la Iglesia hasta el año que viene en que San Bartolomé les volverá a conceder otros cuantos minutos de libertad.
Concluido el rito, continúa la fiesta con el tradicional reparto de limonada gratis entre todos los asistentes, indicando que la fiesta y la noche no han hecho más que comenzar.
El origen de la fiesta, aunque es una incógnita, ya que no hay ningún escrito que haga referencia a la misma, hecho que ha podido ser considerado una traba para la consideración de la misma como fiesta de interés turístico o cultural, parece que puede provenir de la fecha en que el templo fue construido, allá por el siglo XII.
La Iglesia de San Bartolomé de Sepúlveda, de origen románico, es una de las visitas obligatorias a esta villa y la escalinata de acceso a la misma uno de los rincones más singulares de la misma. En su interior, en el altar principal, se puede contemplar una imagen de San Bartolomé encadenado a un hombre con cuernos en la frente y cola de serpiente: “el diablillo”.
Esta celebración ha ido pasando oralmente de generación en generación y aunque ha sufrido algunas modificaciones, siempre ha contado con la implicación de sus habitantes y, lo más importante, sigue manteniendo su esencia: la liberación del diablillo la noche del 23 de agosto para asustar a grandes y pequeños durante unos minutos, para luego retornar nuevamente a la iglesia y permanecer encadenado hasta el año que siguiente en que volverá a repetirse el mismo ritual.
Si a finales de agosto te encuentras cerca de Sepúlveda, no dudes en acercarte a vivir en primera persona esta original y divertida tradición. Si finalmente asistes o ya has asistido en alguna ocasión, por favor, comparte con nosotros tu opinión y sensaciones.
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