miércoles, 9 de agosto de 2017

Patones, una recuperación con demasiado éxito

Hace más de 25 años que visité Patones por primera vez. Muchas casas aún estaban en plena restauración y faltaba mucho por hacer, pero el atractivo de Patones empezaba a extenderse y su éxito solo fue en aumento hasta hacerse imposible su visita. 

Desde entonces varias veces he deseado volver y ver el resultado final de este pueblo recuperado, pero toda la información que me llegaba era la saturación que sufría los fines de semana de gente que subía a comer o simples curiosos se acercaban a echar un vistazo a ver qué había en Patones que atraía a tanta gente. 



Como muchos otros pueblos, Patones, antes de ser recuperado, tuvo su nacimiento, su momento de esplendor y su decadencia. 


Según los datos disponibles, Patones se creó allá por el siglo XVI como un caserío dependiente de Uceda. En el siglo XVIII consigue la independencia de la villa de Uceda, lo que indica que el pueblo vivía momentos de bonanza y desarrollo. Y fue ya en los años 60 cuando los habitantes de Patones empiezan a abandonar el pueblo y a construir un nuevo nucleo en una zona más llana y cómoda para vivir: Patones de abajo (algunas fuentes difieren en la decada de abandono. Yo me quedo con esta fecha  que es la que aparece en la web del mismo pueblo). 

Años más tarde, un francés decidió comprar varias casas, reformarlas y crear un hotel rural con encanto (hoy en día este concepto está más que extendido, pero allá por 1993 os aseguro que era una exclusividad y un verdadero lujo).

A la inauguración de este hotel, El Tiempo Perdido, le siguieron más hoteles y restaurantes "con encanto" en casas rehabilitadas que conservaban la arquítectura típica del lugar y que hicieron que en 1999 Patones fuera declarado Bien de Interés Cultural. 



En cualquier caso. Honestamente, aunque como os dije tenía muchas ganas de acercarme y ver de nuevo este pueblo, visitarlo no entraba dentro de mis planes y menos en fin de semana. Pero los astros se alinearon una tarde de sábado en el que estábamos pasando el día en el Pontón de la Oliva (puedes ver la entrada aquí) y empezó a llover. Cogimos el coche para volver a casa, cuando atravesando Patones de abajo, empezó a escampar. Eran ya más de las 5 de la tarde, por lo que supusimos que la gente que había ido allí a comer había dado por concluido su día con las primeras gotas y podría ser un buen momento para acercarnos. Nos miramos y dijimos: ¿lo intentamos? son menos de 3 kilómetros desde aquí. Si está saturado nos volvemos y punto. 


Y subimos. Por supuesto no había hueco en el reducido aparcamiento que hay en la entrada, pero hablando con los aparcacoches de algunos restaurantes del pueblo nos recomendaron entrar hasta el aparcamiento de residentes para dejar a los niños y luego salir y aparcar fuera. Volvimos y aparcar¡mos el coche en los primeros huecos del lateral de la carretera, pero algún coche desperdigado varios centenares de metros arriba nos dió una idea de hasta donde había llegado ese día la ristra de coches de los visitantes de Patones. 


La entrada al pueblo es a lo grande. Lo que era la iglesia, actual Oficina de Turismo sale a recibirte precedida de una pequeña placita y escoltada por las dos primeras casas de arquitectura negra tipicas de la zona.

En la misma puerta de la Oficina de Turismo, hay un cartel que te sugiere el itinerario de visita. El pueblo no tiene pérdida. Es muy pequeño, por lo que aunque no quieras, más o menos terminarás recorriendo el itinerario propuesto en uno y otro sentido. 





Cierto es que cada casa está cuidada y pensada al detalle, pero tanto restaurante y cartel anunciando menús, llega a agobiar un poco y le resta encanto a la visita. Quizá, precisamente por tener el conocimiento de todo el resurgimiento de Patones, me esperaba un resultado más bohemio. Restaurantes y hoteles mezclados con locales de artesanos y artistas que vendían allí sus creaciones inspiradas de su retiro en un pueblo sin apenas habitantes durante la semana. Pero bueno, rara vez lo que esperas es lo que encuentras. A veces es mejor, a veces es peor y a veces simplemente distinto.

En conclusión. Patones es un pueblo realmente bonito, cuidado y atractivo. ¿Su parte negativa? Estar tan cerca de Madrid. En Madrid somos muchos y nos movemos mucho, y esto no hace más que provocar su saturación los fines de semana y restarle el encanto de la exclusividad y buen gusto que seguramente François Fournier, tenía en mente cuando abrió El tiempo perdido 24 años atrás. Aun así, si teneis ocasión, no dejeis de visitarlo. Es uno de los pueblos más bonitos de Madrid.



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